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La soberanía del consumidor

Por Viviana Véjar Himsalam, economista y profesora investigadora de Faro UDD.

El consumidor es soberano (Hutt, 1936). Está por encima de empresarios, gobernantes y reyes. Los patrones y hábitos de consumo del consumidor no sólo determinan los precios del bien o servicio del que se desee disfrutar, sino que además modelan, en cierto sentido, los objetivos empresariales y hacen que ciertas políticas públicas sean más exitosas que otras. 

El enfoque de esta premisa es que, no importa qué tanto poder y lobby pueda ejercer cierto grupo empresarial con la clase , mientras exista libertad de decisión (esto excluye los gobiernos totalitarios y centralmente planificados como es el caso de los regímenes comunistas y/o fascistas), son los consumidores los que finalmente determinarán -en gran medida- la planificación productiva, los costos de producción y, finalmente, el precio de venta.

Esta idea, si bien se teorizó a comienzos del siglo XX, venía tomando cierta fuerza entre los economistas escolásticos tardíos. En el siglo XVI, Domingo de Soto, en su libro De Iustitia et Iure (De Justicia y Derecho) resaltaba el que juegan las necesidades humanas en la determinación del precio: “el precio de los bienes no está determinado por su naturaleza, sino por la medida en que sirve a las necesidades de la humanidad … Como el mundo y todo lo que hay en él se creó para el bien del hombre, los bienes son valiosos a los ojos de los ciudadanos en la medida en que sirven a los hombres.” 

A la misma conclusión había llegado Aristóteles en el siglo IV a.C. en su libro “Ética” (Cap.5) en el que expone que el deseo es la causa y la medida del comercio humano. 

Así, cuando algo deja de ser deseado por los consumidores, el negocio no prospera. La cantidad de opciones que existan en una economía para un mismo grupo de que satisfacen la misma necesidad (i.e. mercado) hace que sea más fácil para el consumidor cambiar de un proveedor a otro, si el servicio, la calidad o el precio no le es de su agrado. 

En esta misma línea, la existencia de monopolios, cuyo privilegio de explotación ha sido concedido por la autoridad de turno, juega en contra de la libertad de los consumidores para buscar las opciones más convenientes. 

El padre de la economía moderna, Adam Smith, se percató que los empresarios rara vez están a favor del libre comercio, porque constituye una amenaza para cualquier negocio existente ya que necesitan tomar acciones todo el tiempo para competir. Básicamente, los obliga a estar siempre alerta atendiendo de la mejor posible las necesidades de sus . En vez de ocupar sus energías en comprender las necesidades de los consumidores para brindarles un buen producto o servicio, lo que hacen es tratar por todos los medios de obtener favores especiales y privilegios del gobierno, sean estos subsidios y/o medidas proteccionistas. 

Lo primero se exige para poder ofrecer precios más bajos de forma artificial y lo segundo, para que aumenten los precios de sus competidores cuando estos provienen del extranjero. El problema es que tanto subsidios como aranceles distorsionan los mercados y les impide a los consumidores escoger lo que realmente desean. Además, se crean incentivos perversos entre la clase política y algunos empresarios para resguardar sus propios intereses en desmedro de los intereses de los consumidores.

Por eso, en una economía de libre comercio, con un marco legal adecuado, son los consumidores los que dirigen las acciones de los empresarios, y no al revés.