Por Jorge Serón
A propósito del mundial de rugby que se está realizando en Francia, donde por primera vez Chile está presente, encontré oportuno hacer un símil entre los valores de este deporte y la clase política.
En el campo de juego del rugby, los equipos se enfrentan vigorosa y rudamente con un propósito claro: alcanzar la victoria. Sin embargo, existe un código no escrito que guía cada movimiento en este deporte. Se llama «fair play» y, aunque puede parecer paradójico en un deporte físicamente tan intenso, es esencial el fair play para mantener la integridad del juego. En la política, al igual que en el rugby, se necesita un código ético, una lealtad al bien común, un «fair play» entre los actores para mantener la integridad del país y avanzar en beneficio de la sociedad.
En el rugby, la lealtad al juego en sí. Se espera que los jugadores sean leales con sus compañeros como con sus rivales, respeten las decisiones del árbitro y jueguen con honor. De manera similar, en la política, la lealtad debería ser a la nación y a sus ciudadanos. Los políticos deben recordar que están ahí para servir y proteger los intereses de la sociedad en su conjunto, en lugar de poner sus propios intereses o los de su organización primero.
El «fair play» es jugar limpio, sin trampas. En política, esto se traduce en una competencia justa y en el respeto de las reglas democráticas. Las artimañas y la corrupción minan la confianza en el sistema político y socavan los cimientos de la sociedad. Sin embargo, en la política contemporánea, lamentablemente a menudo vemos una falta de lealtad hacia el bien común y un «fair play» deficiente. Los escándalos de corrupción, las estrategias partidistas extremas y la falta de cooperación entre partidos son moneda corriente. Esto mina la confianza del público en sus líderes y en la capacidad de la política para abordar los problemas importantes.
En el rugby, cuando un jugador comete una falta, enfrenta consecuencias. En la política, los líderes deberían ser igualmente responsables de sus acciones y no eludirlas, como vemos con frecuencia. La rendición de cuentas y la transparencia son fundamentales para mantener la integridad del sistema democrático.
En resumen, el rugby nos enseña que la lealtad y el «fair play» son cruciales para mantener la integridad y la nobleza en la competición. De manera similar, la política debe ser un campo donde la lealtad al bien común y el juego limpio sean los principios rectores. Los políticos y líderes deben recordar que sirven a la sociedad, no a sus colectividades o propios intereses.