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Por Nicolás Navarrete Mira, gerente Energías Sostenibles Ener SPA
Hace unas semanas estuve en Italia. Fue más que un viaje técnico o un recorrido por fábricas de última generación dedicadas a la eficiencia energética. Fue una experiencia transformadora que me llevó a comprender, de forma profunda, lo que significa realmente avanzar en la transición energética: no desde grandes discursos, sino desde el interior de los hogares.
Lo que más me marcó no fueron las ruinas romanas, ni el arte renacentista, ni siquiera la espectacular gastronomía (aunque todo eso fue, por supuesto, inolvidable). Fue caminar por barrios residenciales comunes y ver cómo edificios centenarios convivían armoniosamente con paneles solares —fotovoltaicos y térmicos—, bombas de calor en pleno funcionamiento y ventanas modernas, perfectamente selladas y aisladas.
Italia entendió algo esencial después del Covid-19: la eficiencia energética no es solo una política ambiental. Es una poderosa herramienta de reactivación económica, equidad social y salud pública.
El programa Superbonus 110% fue mucho más que un incentivo financiero. Fue una invitación a transformar la vida de millones de familias. El Estado cubrió más del 100% del costo de las mejoras energéticas —sí, más del 100%— y el impacto fue inmediato: millones de viviendas rehabilitadas, miles de empleos creados, un sector de la construcción revitalizado y, lo más importante, una ciudadanía que comenzó a vivir con mayor confort, menores costos energéticos y mayor autonomía.
Y no puedo evitar preguntarme:
¿Por qué en Chile, con una matriz energética limpia y abundante, seguimos postergando esta oportunidad?
Hoy en día, sigue siendo raro ver bombas de calor en barrios medios, techos solares en casas comunes o calefacción eficiente como estándar. Sabemos que estas tecnologías existen, que funcionan, que mejoran la calidad de vida y reducen los gastos mensuales. Y sin embargo, algo nos detiene.
¿Es la burocracia? ¿La falta de incentivos reales? ¿O, más profundamente, será que como sociedad aún tememos al cambio?
Nos cuesta imaginar un hogar que no dependa del gas.
Nos cuesta creer que podemos generar nuestra propia energía.
Nos cuesta vernos como protagonistas —y no solo consumidores— de esta transición.
Y mientras tanto, las oportunidades pasan frente a nosotros.
No se trata de idealizar el caso italiano. No fue perfecto y enfrentó desafíos importantes. Pero demostró algo crucial: lo que puede ocurrir cuando existe visión política, decisión técnica y, sobre todo, confianza en las personas.
La eficiencia energética no es un tema técnico. Es profundamente humano.
Tiene que ver con cómo queremos vivir, cuánto queremos depender de otros y qué tipo de país estamos dispuestos a construir —desde nuestras casas hacia el mundo. Chile necesita volver a soñar en grande. Reimaginar cómo usamos, producimos y compartimos la energía. Porque esta transformación no es solo técnica. Es cultural. Y es urgente.
Estoy convencido de que el futuro energético de Chile se construye desde los hogares: con innovación, con alianzas, y sobre todo, con propósito. Debemos acelerar esta transición desde el corazón de las comunidades, haciendo de la eficiencia energética una herramienta de independencia, dignidad y desarrollo humano.
La energía del futuro no está en los combustibles. Está en las personas.
Y tú, ¿cómo imaginas la energía del Chile que viene?
Tenemos todo para liderar. Solo falta un acto de valentía colectiva.