Por Cristian Palma, académico de la Facultad de Ingeniería UDD
Por estos días se cumple un año del lanzamiento de ChatGPT, aplicación de Inteligencia Artificial (IA) que marcó el comienzo de una revolución que promete transformar radicalmente nuestro modo de vida. La rápida penetración de la IA en diversas esferas de la sociedad ha generado expectativas y ansiedades en igual medida, por lo que resulta crítico reflexionar sobre las ventajas que este fenómeno nos brinda, así como las preocupaciones que plantea para nuestro futuro colectivo.
En el lado positivo, la IA ha demostrado su capacidad para revolucionar la eficiencia y la productividad al asumir tareas rutinarias en diversos sectores. Desde la medicina, en que algoritmos de aprendizaje automático pueden analizar rápidamente grandes conjuntos de datos para diagnosticar enfermedades con una precisión sin precedentes, o detectar patologías a través de la voz, hasta la manufactura, en que robots equipados con IA pueden llevar a cabo procesos de fabricación con una exactitud milimétrica, mejorando la calidad y velocidad de la producción. O en aplicaciones más accesibles como la generación de contenido creativo, resúmenes de extensos textos, códigos de programación, documentos e informes, y un largo etcétera. Esta capacidad de la IA para abordar tareas rutinarias, liberando así el tiempo y los recursos humanos para actividades más creativas y estratégicas, es un testimonio de su potencial práctico revolucionario.
Sin embargo, no podemos pasar por alto algunos de los desafíos y temores que la IA ha generado en tan poco tiempo. Uno de los aspectos más evidentes es su impacto en el empleo, y quizás la pérdida de algunos de ellos. Y no estamos hablando sólo de empleos que impliquen actividades repetitivas, sino también de tareas más complejas y desafiantes que la IA ha aprendido a realizar con precisión. En lo que se observa un claro consenso es en la brecha que, en términos productivos, se generará entre quienes usen estas tecnologías y quienes no, dejando a estos últimos en una desventaja laboral difícil de superar. Este escenario plantea la necesidad urgente de que el sistema educativo evolucione a la par de esta tecnología. La evolución de la IA ha sido y seguirá siendo tan rápida que su adopción temprana parece fundamental para su correcto uso futuro.
Pero más allá de las preocupaciones inmediatas sobre el empleo y la educación, surge una interrogante más profunda y a largo plazo: ¿hasta qué punto la dependencia creciente de la IA afectará negativamente nuestras capacidades cognitivas? Algunos creemos que, al depender cada vez más de sistemas inteligentes para realizar tareas, nuestras habilidades de pensamiento crítico y resolución de problemas disminuirá gradualmente. Este dilema plantea la necesidad de equilibrar la conveniencia de la tecnología con la preservación de nuestras capacidades fundamentales, para evitar la creación de una sociedad dividida entre aquellos que piensan de manera autónoma y aquellos que dependen en exceso de la tecnología. En última instancia, la revolución de la IA requiere no sólo avances tecnológicos sino también un compromiso colectivo para construir un futuro equitativo y sostenible.