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Por María José Terré, directora Ejecutiva de WATERisLIFE
La escasez de agua es un problema presente en todo el mundo y si bien Chile es un país que sufre una crisis hídrica debido al cambio climático, tenemos un índice de acceso al agua potable superior al de nuestros países vecinos.
En América Latina y el Caribe solo el 65% de las personas tienen pleno acceso a agua potable y el 22% al saneamiento, lo que significa que existen 166 millones de personas que todavía no tienen asegurado un servicio hídrico básico, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicadas en 2021.
Nuestra realidad es diferente. Según un informe de la Superintendencia de Servicios Sanitarios (2016), la cobertura de agua potable en zonas urbanas es de 99,92%, mientras que la de alcantarillado alcanza un 96,83%. Aún existen problemas de acceso en algunas zonas rurales, pero somos privilegiados en comparación a otros.
Esta situación debería hacernos más conscientes de que la escasez de agua es un problema que está empeorando en todo el mundo y causando graves consecuencias en varios ámbitos. En la agricultura por ejemplo, la falta de este recurso puede afectar las cosechas, la ganadería y la industria y, por lo tanto, producir escasez de alimentos y hambre.
A nivel de personas, se genera una crisis invisible: Muchas veces hablamos simplemente de la “falta de agua”, olvidándonos de que lo principal es contar con agua limpia y potable que sea segura para la ingesta del consumo humano. No tiene sentido proveer agua si ésta se encuentra contaminada. Por más camiones aljibe que existan, el efecto será negativo si no existe claridad ni control sanitario en su distribución. Recurrir a aguas contaminadas porque no hay acceso a agua potable puede derivar en enfermedades como diarreas, cólera e infecciones que sin la posibilidad de re hidratarse con agua potable, pueden terminar en la muerte.
¿Qué hacer frente a este panorama? Lo fundamental es elaborar estrategias que incluyan el trabajo colaborativo de actores gubernamentales, privados y también de acciones individuales, porque este es un desafío donde cada uno puede aportar desde su esfera. Necesitamos elaborar planes que prioricen la disponibilidad de agua potable para todas las personas, incluso quienes viven en sectores más lejanos o afectados por la sequía. Luego, hay que trabajar en políticas que eduquen sobre una mayor cultura de ahorro, e impulsar iniciativas que enfrenten la sequía estructural y generen nuevas respuestas de cara a lo que pueda ocurrir en las próximas décadas.
Estas son soluciones macro, pero tampoco podemos dejar de lado el enfoque individualizado. En mi experiencia laboral he aprendido que no es tan efectivo ayudar con lo que uno piensa que el otro necesita, sino que es más útil dialogar con los habitantes de las distintas zonas que viven el déficit de agua y conocer cuáles son sus necesidades y prioridades reales. Porque para que un plan sea exitoso primero hay que entender dónde radica el sufrimiento y tener claro que no se pueden aplicar las mismas medidas, ya que todo varía según el país países y la realidad del mismo realidades.
El único punto en común en toda esta situación es que el agua es un bien vital que todos los seres humanos necesitamos para sobrevivir. Ojalá que quienes hoy tenemos el privilegio de contar con agua potable a libre disposición valoremos este recurso y estemos dispuestos a ser parte de las soluciones. Una cuarta parte de la población mundial ya es motivo suficiente para preocuparnos, no dejemos que esta cantidad aumente.