Por Gustavo Arias C. MBA Comunicación Estratégica, docente Transformación Digital Universidad de la Costa, Colombia.
Me gusta ver series estilo Westworld, una suerte de ficción filosófica. Entiendo que son historias que buscan entretener, pero también se puede leer entre líneas ciertas advertencias del comportamiento humano cuando éste se empodera del desarrollo tecnológico.
Esta adaptación, que originalmente fue una película llamada Almas de Metal escrita y dirigida por Michael Crichton (el mismo escritor de Jurassic Park), plantea la premisa de vivir una experiencia única en un mundo sintético que se diseña a partir de maquinaria sofisticada que mezcla impresión 3D y robots. La trama nos muestra la posibilidad de conocer un parque temático inspirado en el lejano oeste, donde los multimillonarios pueden dar rienda suelta a todas las aberraciones, deseos y excentricidades que el lugar ofrezca, por medio de sus anfitriones humanoides que experimentan distintos cambios psicológicos a medida que la historia avanza.
Sin duda una fantasía, pero ¿qué está ofreciendo hoy por hoy el metaverso ? No es acaso algo similar, obviamente no hay seres humanos impresos en 3D ( hasta donde sabemos), tampoco inteligencia artificial profunda, que permita construir sistemas de conversación mediante el meta lenguaje, algo así como el sistema GTP3 (Politécnico de Valencia). Quizá el metaverso sea el primer paso de una vida sintética, mucho más atractiva para aquellos que el mundo real ya no le otorga ningún placer, un mundo donde la media sea consumir y el capitalismo pueda cambiar de piel apoyado por lo síntetico, un laboratorio ideal para experimentar con los datos y la experiencia de usuarios sin rendirle explicaciones a nadie, un lugar donde todo sea desechable, a excepción del dinero y la consolidación de un modelo económico tecnofeudalista, algo que ya han planteado economistas como Cedric Durand o Evgeny Morozov.
En lo concreto, el metaverso ya está instalado y esperemos que a diferencia de las redes sociales, este mundo “Nuevo” al menos en lo que respecta a la usabilidad, sea regulado por las instituciones competentes, de lo contrario, el monopolio del deseo, se extenderá a las economías de plataformas.