Por Johann Bórquez Bohn, periodista.
Probablemente poca gente recuerde a Anatoly Fiódorovich Dobrynin, el joven diplomático soviético nombrado embajador en Washington en 1962. Seis meses después, Rusia instaló clandestinamente misiles en Cuba. La “crisis de los misiles” fue lo más cerca que estuvo el planeta de la destrucción nuclear total.
Dobrynin –que no había sido informado por su país de los misiles- tuvo que dar explicaciones a los norteamericanos por la situación, mientras los “halcones” de uno y otro lado presionaban por una confrontación militar. El joven diplomático convenció al premier soviético Nikita Jrushov de hablar directamente con Kennedy para buscar una salida pacífica. Así nació el mítico “teléfono rojo” que comunicaba directamente a la Casa Blanca con el Kremlin, y que contribuyó a desactivar innumerables situaciones de riesgo nuclear.
Este fue también el origen de la doctrina de la “coexistencia pacífica”, en que los dos superpoderes se repartían el mundo en esferas de influencia: USA en occidente y la URSS en el hemisferio oriental. Mientras se sucedían Presidentes y Secretarios Generales, Anatoly Dobrynin continuó 25 años en su cargo. Según los rusos, nadie como él entendía a los norteamericanos. Para los norteamericanos, era difícil creer que este hombre de paz fuese comunista.
En el proceso que llevó a la disolución de la URSS, Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, buscaron mantener las esferas de influencia que habían asegurado una relativa estabilidad durante la Guerra Fría. Pero el poder aborrece el vacío y ante la debilidad rusa, la OTAN se fue expandiendo hasta tocar sus fronteras. El cambio de poder en Ucrania en 2014 terminó con una sucesión de gobiernos controlados por Moscú e inflamó los anhelos de libertad y progreso de una nueva generación.
La europeización de Ucrania es tan amenazante para Rusia como los misiles rusos en Cuba lo fueron para Estados Unidos. No sólo por el aspecto militar, sino también porque un régimen de corte occidental es un “mal ejemplo” para las nuevas generaciones de rusos, y amenaza la base de poder de Putin, quien lleva ya 22 años en el poder y podría perpetuarse por otros veinte.
Ante este riesgo, el régimen de Putin se juega la torpe carta de la acción militar directa. De esta manera terrible, hoy se está definiendo un nuevo orden mundial en que Europa, Estados Unidos, Rusia y China barajan sus esferas de influencia en un póker atroz donde la apuesta se mide en vidas humanas.
Hoy, sólo cabe esperar que ese teléfono rojo suene pronto donde tenga que sonar, antes de que alguien apriete el botón que cancela todas las apuestas.